viernes, 8 de junio de 2012
Reflexiones a partir de la pregunta de una alumna
Escena:
Centro de Salud del sistema municipal de Atención Primaria de la Salud. En este servicio en particular se brinda atención de pediatría, clínica médica, servicio social, enfermería y psicología.
En mi rutina como psicólogo en la Municipalidad de Gral. Pueyrredón, ya hace más de 15 años, recibo alumnos para acompañarlos en diversas prácticas (Residentes de pre grado del Área Clínica; Concurrentes de post grado: y más recientemente, alumnos observadores de la Cátedra de Psicología Clínica).
Un momento privilegiado, y compartido por estas diversas prácticas, para observar un “Psicólogo en acción”, son estas entrevistas de admisión.
En esta ocasión se trata de una primer entrevista de admisión (sabemos que la admisión es un proceso y que puede realizarse en una serie de entrevistas, pero detallar esto ya es material para otro trabajo), y realizaríamos esta entrevista una alumna (en este caso Residente de pre grado del Área Clínica) y yo.
Breve resumen de una breve primer entrevista de admisión:
La administrativa ya nos ha anticipado que se trata de una Señora que estuvo el día de ayer (vale aclarar que en este Centro de Salud sólo hay atención de psicología dos días a la semana) y que pide un turno para su esposo, que no puede venir por el horario de trabajo.
Se presenta Juana a entrevista de admisión, ya estuvo en el día de ayer averiguando para la atención en Psicología. Refiere que el domingo próximo pasado su esposo intentó suicidarse, ingiriendo veneno para ratas, hace una pausa, se angustia y prosigue, “no se que pensó, es por la falta de trabajo en el puerto, él trabaja en una fábrica de pescado” (en algún momento de su enseñanza dice Freud que “el suicida se lleva todas las respuestas y nos deja con todas las preguntas”). “Tampoco me di cuenta, siento que fallé…”, En el Higa le han sugerido a él, “en realidad a los dos”, que realicen consulta psicológica, “él está arrepentido, no puede venir por el horario de trabajo”.
Entonces yo le sugiero alternativas para la atención de su marido, que combinen con su horario de trabajo. Le pregunto por ella, cómo está, allí Juana puede manifestar sus interrogantes y angustia, y acepta la invitación a iniciar entrevistas.
Pongo por escrito las sugerencias para su esposo y el turno para ella, y doy por concluida la entrevista. Juana comenta “había venido a buscar turno para mi esposo, y terminé siendo atendida Yo también…”.
Una vez que se retira la consultante, la alumna observadora de la entrevista me interroga por la brevedad de esta entrevista, ya que “podría haberse extendido a fin de obtener mayor información, puesto que la señora estaba dispuesta al diálogo…”
Esta pregunta me lleva a pensar varias respuestas. Afortunadamente las que le di a la alumna no me satisfacen, por lo que sigo elaborando la pregunta, elaboración que plasmo en este escrito.
La pregunta de la alumna observadora contiene por lo menos dos afirmaciones: la primera respecto a que es necesaria una información, en cierta cantidad, y la segunda que se precisa un tiempo. Ahora bien, ¿qué información, qué tiempo?
Comencemos por la información que es preciso recabar en una primera entrevista de admisión. ¿Qué hay que saber del consultante? Podemos decir que hay dos intereses: uno es el interés Institucional, hay que registrar los datos filiatorios del consultante, dirección, teléfono, quien deriva, referentes familiares, motivo de la consulta… básicamente esos datos, son los que espera la Institución que sean relevados.
Ahora bien, a nosotros analistas ¿qué nos interesa saber de esta consultante, en este momento? Sabemos que el saber está en el consultante, pero que en este primer momento, en el mejor de los casos, la consultante nos supondrá eso que solucione su inquietud o malestar. Por lo que a nosotros respecta, nuestro interés está en determinar, escuchar, si existe en este pedido de atención algo del orden de la demanda. Si es así o no, eso definirá nuestra estrategia de abordaje. En ocasiones son necesarias más de una entrevista, y que esto sea enunciado en sus tiempos; esto es tan esencial como que pueda ser dicho, o no. Abundo pues, nos interesa determinar, a partir de la escucha del consultante, si existe demanda, qué del orden de la angustia, la predisposición a una terapia, qué presentaciones sintomáticas, qué idea se ha hecho el consultante sobre su malestar, si es que registra algún malestar, etc.
Ya estamos en posibilidad de interrogarnos lo referente a los tiempos. Para un psicoanálisis se requiere tiempo. La intervención analítica, se despliega en la diacronía del discurso, y responde a tiempos, no solo ni fundamentalmente cronológicos, sino y precisamente a tiempos lógicos. Estos tiempos lógicos, podemos pensarlos como tres momentos: el instante de ver, el tiempo de comprender, y el momento de concluir. Estos se repetirán a lo largo de un análisis.
En el caso descripto de esta primer entrevista, nos encontramos en el instante de ver, primer tiempo lógico de tres. Como instante, suele ser breve, con acento en la mirada. Concluir la entrevista deviene de haber escuchado algo del orden de la demanda en esta consultante.
Queda inaugurado un tiempo de comprender. La recomendación aquí es tomarse el tiempo que sea necesario, para nuestro ejemplo, podría durar varias entrevistas, una misma pero larga, seguramente no nos apresuraríamos. Y finalmente, el momento de concluir, precipitar con nuestra intervención… y reiteradamente hasta el final de la intervención/tratamiento que se pudiera establecer.
Recuerdo que Sigmund Freud, en la lección número 1 de sus “Lecciones Introductorias al Psicoanálisis” (1915/17), habla de tres dificultades inherentes al estudio del psicoanálisis, señalando que: la primer dificultad surge del hábito de ver (se refiere a la actividad en medicina, pero vale para la psicología) lo que el profesor habla, entonces se ve la conducta, los gestos….
El tratamiento psicoanalítico, sin embargo, es un intercambio de palabras entre el paciente y el analista. Esta conversación que constituye el tratamiento psicoanalítico es absolutamente secreta y no tolera la presencia de una tercera persona. Es posible presentar a los alumnos, por ejemplo en el curso de una lección de Psiquiatría, un sujeto neurasténico o histérico; y este paciente se limitará a comunicar aquellos síntomas en los que su dolencia se manifiesta pero nada más. Las informaciones imprescindibles para el análisis no las dará más que al médico, y esto únicamente en el caso de que sienta por él una particular ligazón emocional. El paciente enmudecerá en el momento en que al lado del médico surja una tercera persona indiferente.
Quizás, y solo quizás, interrumpir una primer entrevista “observada”, deba realizarse a fin de inaugurar, preservar, y favorecer, una experiencia de análisis que no tolera terceros. También puede deberse a un “estilo” de intervención del analista…
Autor: Lic. Leopoldo M. Piazza
Mar del Plata, Junio de 2012
Leído en: IIas Jornadas de la Cátedra de Psicología Clínica
Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Mar del Plata
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